segunda-feira, 5 de maio de 2008

Moratória global para o Aborto

[Giuliano Ferrara, ex-comunista, é Director do jornal Il Foglio, confessa-se ateu e diz que tem responsabilidades no abortamento, anos atrás, de dois filhos seus]

(nossa tradução a partir do Castelhano)

Queridos amigos, senhoras e senhores,

Há muitos anos que o Ocidente decidiu que nenhuma mulher podia ser legalmente obrigada a dar à luz e que nenhuma devia ser presa por ter abortado. Foi uma solução digna que hoje não seria nem justo nem possível anular, tomada para combater o aborto ilegal. No entanto, desde então, o planeta sofreu mais de mil milhões de abortos e um véu de desespero tem-se fechado sobre toda a Humanidade. Os abortos prosseguem a uma média de 50 milhões ao ano. Nenhum contraceptivo limitou a quantidade de abortos pela simples razão de que o aborto cirúrgico e farmacológico se converteu no contraceptivo mais utilizado. O nosso planeta envelheceu precocemente e a Vida encontra-se maltratada e desumanizada. De há algum tempo a esta parte, o aborto também se tem transferido do seio materno para os tubos de fertilização artificial. E tem-se tornado cada vez mais selectivo, geneticamente despótico, e assume-se como a nova escravatura através da qual uma cultura forte e dominadora, orgulhosa do seu faustiano pacto com o "cientificismo", exerce a sua violência sobre os seres humanos mais débeis. Decide sobre o destino das mulheres e dos bebés, num naufragio universal no qual ninguém já tem a valentia de pronunciar o grito de salvação, que sempre fora apanágio de marinheiros e equipas de salvamento: «mulheres e crianças primeiro!»

Esta cultura de descristianização radical actua de manera similar ao monte Taigeto que domina Esparta: declaram-se antiquadas a atenção aos enfermos e a aceitação da diferença para, por outro lado, passar a considerar-se moderna a aniquilação da vida supostamente "indigna de ser vivida": não é "digna a de ser vivida" a vida de milhões de meninas da Ásia, victimas de políticas antinatalistas baseadas na exclusão sexista de quem se considera como una carga para a linearidade da linhagem hereditária masculina ou então para o trabalho agrícola. Não é "digna de ser vivida" uma vida de crianças que padecem de síndromas com os quais se pode levar uma vida normal ou extraordinária en busca da felicidade e do reconhecimento de uma natureza humana comum. H+a duas semanas foi eliminado, num hospital de Nápoles e em condições infernais, um bebé de 21 semanas com síndroma de Klinefelter, uma anomalia cromossómica que afecta um em cada 500, e pode ser curado com métodos clássicos, acedendo assim a uma vida normal. Nem um só jornal ou noticiário lhe deu o devido destaque. Aos detritos urbanos que preocupam a população italiana quando pilhas de lixo se acumulam nas ruas das cidades, soma-se agora - ante a indiferença geral - este novo "detrito humano" ao qual, inclusivamente, se considera indigno de receber sepultura.

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En Italia, se ha llegado a la locura de debatir si se debe o no acoger y curar a los neonatos vivos que son el fruto de abortos terapéuticos en la vigésima segunda o vigésima tercera semana de gestación. A nuestra ministra de Sanidad, una católica que abdicó de su cultura y sensibilidad en aras de la ideología, le parece una “crueldad” que estos niños reciban atención médica sin antes pedir permiso a los padres. La lógica del aborto fácil, que la píldora abortiva RU 486 está destinada a reactivar, entregando a la antigua soledad femenina la práctica abortiva, persigue a su presa, el nasciturus, hasta en el aire que todos respiramos, hasta dentro del mundo en el cual todos deberían ser titulares de la libertad de vivir.

Una cultura mortífera, de la que todos somos más o menos cómplices, condena a la mujer a una lógica de miedo y rechazo violento y antinatural de la maternidad, a la ignorancia, a acostumbrarse al desamor y la infelicidad. Esta cultura despacha como derecho de autodeterminación y como libertad o soberanía procreativa la tendencia nihilista de disponer de la libertad de los demás a nacer, se ensaña con el cuerpo femenino imponiendo como modelo social libertario el acto más contrario a las más elementales consideraciones de humanidad y de piedad que todos los seres racionales, sean o no creyentes, comparten en el fondo del alma y en su propia conciencia: las mujeres y los bebés que están por nacer padecen el engaño y la práctica del homicidio perfecto. Un poder ideológico históricamente masculino lleva a la negación total del futuro para las criaturas humanas concebidas por amor y arrancadas con violencia y dolor del refugio natural en el que habían recibido la promesa sagrada de la vida y del amor. Todo esto ocurre en la más absoluta indiferencia moral y filosófica y sólo la Iglesia Católica y otras confesiones cristianas alzan la voz sin escuchar a la cultura de la muerte y su miserable significado de esclavitud y demencia civil.

El pasado 6 de enero, en su discurso al Cuerpo Diplomático, Benedicto XVI pidió reabrir el debate sobre el valor sagrado de la vida después de que una votación de Naciones Unidad pidiera la suspensión, la moratoria, de las ejecuciones legales en el mundo. Cuando era teólogo y cardenal, el Papa advirtió al planeta afirmando que con esta elección de “curar” la vida negándola “declaramos como herejes al amor y al buen humor”. En efecto, ¿cómo podemos alegrarnos de un gesto humanitario como la moratoria sobre la pena de muerte si no somos capaces de favorecer una moratoria sobre el aborto?

El secretario de las Naciones Unidas ha declarado recientemente que las mujeres son objeto de violencia y exclusión en el mundo, y que en muchos países “no tienen ni siquiera el derecho a la vida” y ha considerado “un flagelo” esta práctica criminal. Un gran jurista italiano, el fallecido Norberto Bobbio, liberal socialista, prototipo de intelectual laico, dijo en 1981 que, de todos los derechos, “el derecho a nacer debe ser defendido con intransigencia”, por la misma razón por la que se opuso a la pena de muerte. Un gran y añorado poeta italiano, Pier Paolo Pasolini, marxista y católico, dijo recordar su propia vitalidad de niño nasciturus, de sentir físicamente en su cuerpo la señal de una vida iniciada en el seno de su madre y definió como homicidio cualquier tipo de aborto.

Pero estas afirmaciones, estos sentimientos, estos pensamientos que unen a la esperanza con el voto de los creyentes y no creyentes, han sido archivados por el pensamiento dominante. Estas certezas y evidencias de la mente y del corazón son frecuentemente vilipendiadas como expresiones del oscurantismo liberal por la comunidad tecnocientífica, por los gurús en bata blanca que teorizan el derecho a morir y apoyan incluso la eutanasia según las reglas del protocolo holandés de Groningen. Ideólogos de buena fe, fanatizados por la presunción de estar en lo justo y de trabajar a favor del progreso de la Historia, se arrogan el derecho de definir con pretensiones científicas los límites de la libertad de existir. Qué más da que en las salas de concierto se pueda escuchar la música divinamente orquestada por un director con la espina bífida: los que tienen la espina bífida han de morir por decisión legal. Estos gurús posmodernos quieren entrar en los Parlamentos, como ocurre hoy en Italia con la candidatura del profesor Umberto Veronesi en las filas del Partido Democrático. Copan las primeras páginas de los periódicos y de las revistas que venden el espejismo de una vida indefectiblemente sana y confortable, predican el derecho de fabricar niños a la carta según deseos y gustos subjetivos, difunden una cultura sanitaria que excluye cualquier salvación y esperanza para los débiles, los anormales y por los indefensos de cualquier tipo. Y todo en nombre de su mismísima felicidad, que la nada conseguiría mejor que la existencia. Y en nombre de la libertad y autodeterminación de las mujeres, cuando, en sus orígenes, el feminismo hacía de la lucha contra el aborto, del cual las mujeres son víctimas, su bandera. Dice san Pablo a los Romanos que “en la esperanza hemos sido salvados”. Y ahora, en la negación de cualquier esperanza, predicada por una medicina convertida en pura técnica que ha traicionado hasta el juramento hipocrático, estamos inevitablemente perdidos.

La batalla contra el aborto y la eugenesia, contra el gesto más antifemenino que uno pueda imaginar y contra el programa de mejora de la raza, es la frontera decisiva de nuestro siglo. No se trata de una contienda ética ni de una disputa sobre los valores morales. La batalla que se libra en torno a la familia, al amor, al matrimonio, al vínculo entre placer unitivo y el don de uno mismo, entre el eros y el ágape, es la gran batalla sobre el futuro de la Humanidad, sobre el poder del buen humor y de la paz cristiana contra la lógica de guerra “superhombrista” y “transhumanista” de la civilización occidental en la hora de su debilidad y de su resignación a la nada. Nada es más importante en el frente cultural, civil y político. No existe salvación para el encanto de la vida moderna, para la ironía y la alegría en las relaciones personales, para las grandes posibilidades que la ciencia abre a la vida si esta batalla no se libra con el ruido y fragor necesarios. No existe salvación de nuestro estilo de vida liberal si no se restaura la antigua alianza de vida y libertad, proclamada en la Declaración de Independencia de los Estados Unidos de América. Entre la mentalidad abortista y la idea “binladenista” según la cual se debe amar más a la muerte que a la vida hay un sutil pero visible elemento de continuidad. El aborto masculino, moralmente indiferente, condena a las mujeres a la misma sumisión y soledad a la que las condena el natalismo forzado y la obligación de dar a luz contemplada en la umma islámica. Hemos conquistado, contra el aborto clandestino, la posibilidad de elegir; y venceremos la batalla de la civilización sólo si conseguimos elegir la vida, poner a toda mujer en situación de ser libre de no abortar. Ésta es la frontera de una modernidad liberada de la esclavitud femenina y de la esclavitud infantil; es capaz de reproducir sin fanatismo y sin cinismo el futuro de nuestro mundo y de nuestro modo de vivir en el respeto absoluto de los inocentes y del descarte de cualquier relativismo y subjetivismo nihilista.

Queridos amigos, tengo mucho respeto por su presidente del Gobierno José Luis Rodríguez Zapatero. Y no sólo porque soy extranjero. Cuando vi a vuestro Soberano responder a un dictadorzuelo latinoamericano con la ya famosa frase “¿Por qué no te callas?”, aplaudí ante mi televisión. Sin embargo, las ideas de Zapatero sobre matrimonio y familia, su concepción de lo que es la identidad de género y su filosofía sobre un poder democrático únicamente procesal basado sólo sobre los números, lo considero como la negación de un racionalismo laico y moderno, como una superstición democrática capaz de promover horrores como la reforma del Código Civil que ha eliminado el concepto de padre y de madre del Derecho de familia. Para los liberales, la igualdad se realiza en el reconocimiento de la diversidad. Son los jacobinos y, luego, los totalitarismos del siglo XX los que han cortado la cabeza al Derecho liberal para traer a la tierra el paraíso de la igualdad como homologación que ha sido de los horrores del siglo pasado.

Durante todo este tiempo, mientras muchos de nosotros han mirado para otro lado, millones de voluntarios en todo el mundo han librado y vencido la batalla justa, han conquistado uno tras otro los molinos de viento de la Mancha universal. No es sólo la gran lección de solidaridad, de socorro y de santidad que llega de los obreros de la paz y de la vida en el mundo católico y cristiano.
En una sociedad moderna, y en una rica ciudad europea como Milán, en un hospital que se ha convertido en el símbolo y el templo de la lucha entre el aborto y la libertad de no abortar, una mujer extraordinaria, Paola Bonzi, ha conjurado con todas sus fuerzas la actual corriente de indiferencia. Paola ha creado un centro de asistencia a la vida y se ha puesto a escuchar a miles de mujeres. Paola no tiene la facultad de la vista, pero ve mucho más lejos que cualquiera de nosotros y conoce mejor que nadie las verdaderas razones de las mujeres que se sienten obligadas a eliminar a sus hijos: las dificultades materiales, la soledad, los condicionantes sociales, el miedo de no estar a la altura de las tareas educativas en una sociedad que considera como una carga la presencia de los más pequeños y que los margina de sus preocupaciones sociales, una vena de utilitarismo y de ilusión personal. Poco a poco, con tenacidad, sin moralismos, dedicándose con infinita paciencia a ese ser olvidado que es la mujer que está a punto de ser madre, Paola se ha convertido en la madre de miles de niños y de miles de madres.

Paola es una persona auténtica, y espero llevarla al Parlamento en una lista a favor de la vida y contra el aborto, que se presenta a las próximas elecciones generales en Italia. Pero si pudiera, también llevaría al Parlamento a Juno, la protagonista de una hermosa fábula de Hollywood que está a punto de estrenarse en las salas de cine de Europa. Juno es una chica moderna, que habla un lenguaje callejero florido y debocado, y por instinto llega a comprender que el rechazo de la maternidad no debe coincidir con el resignarse a la muerte. Juno está llena de amor y buen humor, hace reír y llorar al público como en las mejores comedias, pero no es una heroína sulfúrica de Pedro Almodóvar. Su lógica es poética. Juno se escapa de una clínica abortista y da a luz a un niño hermoso, que entrega en adopción a una mujer que ansía la maternidad. Así reconquista la belleza de la existencia. Un mundo que se considere libre y moderno tiene mucho que aprender de los antiguos tornos de los monasterios medievales.

Queridos amigos, señoras y señores. Todo en lo que creemos, nosotros los liberales y laicos, aliados a los cristianos fervientes y conscientes, puede resumirse en una frase de su hidalgo: “He nacido para vivir muriendo”. Cervantes tenía que tener en la cabeza “la vida muriente” predicada por Agustín de Hipona. La vida humana es limitada y aspira a lo infinito, por eso debe ser considerada como sagrada y definida por la esperanza. La razón humana está limitada por el misterio, por eso debe ser utilizada en armonía con el Derecho natural y con la reconstrucción racional, en la esfera pública, de principios que no son negociables, por ningún motivo en el mundo. Y estas cosas, le decía el hidalgo a su escudero Sancho Panza, cuando el amor y el buen humor no estaban considerados heréticos, para sonreír afectuosamente a su realismo de comilón, a su maravilloso cinismo popular: “Tú, Sancho, has nacido para vivir comiendo”. Miren mi cuerpo y comprenderán que tengo la autoridad necesaria para decirles lo que les he dicho. Gracias.